El Gólem.

Soy un gólem.

¿De piedra? No. ¿De hielo? Tampoco.

Soy un gólem de podredumbre, conjurado por el mago de mi egoísmo.

Mi piel les puede parecer tersa a la distancia, pero si tienen la mala fortuna de acercarse lo suficiente, podrán ver que es en realidad un cascarón agrietado y que de las grietas escurren hilos delgados de muerte, de mentiras y de comedia.

Alguna vez fui humano, pero me sedujo el poder de la transmutación. Hay más de una manera de llegar a ser dios.

Mi aroma es el de una resaca épica: sexo, alcohol y miedo. Miedo a recordar, miedo a descubrir de lo que uno fue capaz.

Y ahora que tengo el poder de corromperlo todo, aquí junto a la flor que piso diario al salir de casa... Ahora me pregunto si ha valido la pena derrochar tanta lágrima para llorar tan poco. Si todo muere, ¿para qué hacer fiesta?

Pero el mayor de los cambios que sufrí con esta transformación fue en mis sueños: sólo soy yo, parado en medio de nada, siendo y haciendo todo lo que deseo. Y nadie que me pueda ver. Nadie a quien contarle que soy feliz.

Soy un gólem de podredumbre, y no me arrepiento de nada.