Metamorfinosis Pt. 1

Imagina que despiertas un día y no puedes ver nada más que oscuridad. Imagina que el sueño te fue arrebatado por un desagradable aroma. El aroma de basura mojada y podrida que llena tus pulmones mientras centenares de largas antenas, alas húmedas y patitas viscosas recorren tu cuerpo desnudo. Al terminar lo que pudo haber sido un pequeño coma o un infarto del alma, el primer pensamiento que se puede conectar es el de salir de ahí; es algo tan primordial como contener la respiración, es tan instintivo que el cuerpo había comenzado a trabajar en ello antes de que el cerebro hubiera vuelto a la vida después de los sueños. Desesperado y desconcertado comienzas a remover interminables bolsas de comida putrefacta, larvas y huesos, animales muertos, vísceras, sangre y heces. Los toscos movimientos espásmicos provocan una avalancha y, con ella, comienza la más larga y aterradora caída que pueda recordarse. Al cabo de un par de minutos, suficientes para pensar tantas cosas y tan rápido que no pudieron retenerse, el paseo en el tobogán de las ratas llega a su fín, el golpe es tan fuerte que sólo permite toser un poco de sangre antes de arrebatarte la consciencia.
Imagina que no necesitas imaginarlo.
Esta vez, el olor es el mismo, mas no tan intenso o ya no tan impactante. Abro los ojos y veo a mi alrededor: Me encuentro tirado con medio cuerpo dentro de una enorme bolsa rota de polietileno llena de basura, está mojada por dentro y por fuera y huele mal por dentro y por fuera; en el piso lodoso se pueden ver pequeños gusanos moviéndose como serpientes agonizantes entre las voraces hormigas. Me levanto para examinarme: Tengo algunos rasguños y estoy magullado y desnudo, cubierto parcialmente con sangre, tierra, excremento y un gran festín de insectos destrozados, todo sobre una gruesa base de sudor. Me alejo tratando en vano de entender lo que sucede: Estoy vagando en lo que parece ser el más grande basurero del mundo, rodeado de basura suficiente para escribir toda una década de cine hollywoodense, hay muros de basura más altos que muchos centros comerciales. El cielo de color ocre se reduce a una delgada franja en el horizonte, opacado por enormes y pesadas nubes negras que, a momentos, permiten asomarse fugazmente a dos astros de impotente brillo a través de su vientre: Son barcos fantasma navegando en el infierno.
Cuando consumes repetidamente un fármaco, éste comienza a perder en ti el efecto que tuvo la primera vez. Pasa igual con los sabores, con las palabras y con las personas. Después de un rato, me descubrí pensando en lo mucho que deseaba fumar un cigarrillo.
Han pasado algunas horas desde que desperté y comencé a caminar. No hay viento, el aire hediondo estancado se pega a mi piel húmeda. El cielo continua mostrando ese hipnotizante relieve, es el mismo paisaje pintado millones de veces, cada vez por un artista distinto. Lejos, muy lejos en el horizonte, se levanta imponente de entre el mundo de desechos una construcción, una torre oscura como el humo que escupe en ráfagas a los dioses. Una recicladora, tal vez. A mi derecha hay un acantilado, en el fondo, la basura se extiende hasta donde el mar (verde como el follaje de un árbol visto a contraluz, calmo, muerto) se lo permite. Doy un paso hacia atrás, perplejo por lo que mis ojos me gritan eufóricos. Al principio creía caminar entre desperdicios, amontonados de una manera de lo más absurda; al llegar al acantilado, descubrí que en realidad caminaba por los pasillos torcidos de un bizarro cementerio, en medio de enormes píramides construidas con basura.
Los rayos semejan arterias en las nubes.
Un maldito cementerio.
La lluvia ha empezado a regar los jardines de la vida y de la muerte.
Es hora de ir a la capilla.
El agua de lluvia limpia amablemente mi cabello y mi piel, pero no hay manera de arrancarme de la mente el pútrido olor y la repugnante sensación, igual que esas manchas en las sábanas que sólo uno puede ver e involuntariamente nos hacen vivir de nuevo el momento en que nacieron.
En el camino he pepenado algunas cosas: Unos tenis (distinto modelo, color y talla), unos (hoyos con) jeans, un bat de aluminio con muchas cicatrices y un peine chimuelo.
Habrán pasado al menos cinco horas y ya no puedo ver más allá de mis dedos, me duele todo el cuerpo y el estómago me arde. Las tenues luces que emanan de la capilla parecen estar a menos de cuatro kilómetros, estaré entrando mañana temprano. Después de voltear a derecha, izquierda y hacia atrás, decidí por ninguna razón tenderme sobre la pirámide de la izquierda. Huele a pescado.
No sueño.
Es extraño, siento haber dormido muchísimo tiempo, pero apenas comienza a levantarse el primero de los soles. Las nubes continuan apoderándose del cielo pero la lluvia ha cesado, ya no tengo agua para tomar. Todavía estoy un poco adolorido, las heridas arden por el sudor, pero al menos el hambre se ha apaciguado un poco con lo que parecían ser unas galletas rancias que encontré buscando a tientas el bat. Anhelo un mísero cigarro. Bien... A caminar.
Irónicamente, ahora que la luz ha triunfado al fin, me encuentro más confundido que hace un par de horas. Desde más allá de donde alcanzo a ver nacen dos pequeños surcos que parecen indicar el camino en dirección a la... Es tan alta como un rascacielos, enormes placas de metal negro y opaco, chimeneas sinuosas tan activas como un hombre esperando el nacimiento de su primogénito, un reloj con manecillas formadas por gigantescas falanges adorna el centro fingiendo ser el único ojo de un árbol sin hojas; al fondo se ve caer inherte un ave que se acercaba volando. Y no recuerdo haber visto esos surcos... Aprieto los dientes y el bat para darme valor y continuar caminando.
Llegaré tarde al trabajo. ¿Qué excusa debería usar esta vez?
La... Ahora que estoy en la entrada parece ser mucho más grande de lo que creía, no he visto nada así de alto construído por el ser humano, es el fantasma de un árbol vigilante de acero. Hay pequeñas ventanas por doquier, de la mayoría se escapa un débil resplandor rojizo. Las puertas se dibujan como la boca del monstruo, con gesto molesto. Al rededor se forman dunas con los cadáveres de animales que emergen de entre la basura, avanzando hipnotizados a morir ahí, uno detrás de otro. Son siete las parejas de surcos que se unen en la entrada. No hay candados ni pasadores, la puerta chilla anunciando a todos mi llegada en la voz de mil ratas.
Un plato de filete asado, puré de algo y ensalada de verduras, cubiertos de plata, un gran vaso de frío jugo de arándanos, un encendedor de metal, un cenicero de cristal y un cigarro me esperan ansiosos sobre una mesita con mantel blanco en el centro del claustrofóbico recibidor iluminado somníferamente por la luz de una pomposa lámpara de techo. Seco mi rostro y mis brazos con el mantel y enciendo desesperado el cigarro. Bonito encendedor. Observo la puerta casi blanca frente a mí haciendo contraste con la pared de color amarillo sucio, mientras disfruto sentado en el piso hasta la última calada. Sabe a mierda.
La siguiente pieza es grande, alfombrada totalmente en color vino y amueblada de una excéntrica manera: Hay algunos libreros altísimos repletos de folletos publicitarios, un par de salas, exuberantes lámparas de techo, espejos enormes y escaleras que no llegan a ninguna parte; nada combina y la distribución es estúpida. ¡¿?! Ni siquiera yo me creería contando lo siguiente al espejo: La criatura se encontraba de frente a uno de los espejos, era más alta que yo. Se apoyaba sobre dos pares de extremidades que simulaban ser un solo par de piernas, cada una de las dos extremidades superiores terminaba en una pinza con aspecto letal. Dos alfileres le atravesaban simétricamente desde la parte trasera fijando unas sucias alas emplumadas del mismo color que las nubes, las cuales arrastraba al caminar y que desplazaban unas carcomidas alas insectiles de color marrón a los costados; parecía portar una vieja y larga capa bicolor. Al menos eso explica los surcos. Entre alas y patas se encontraba escondido un asqueroso vientre decorado con franjas horizontales, biscoso y palpitante. No tenía cabeza. Pero aún así se percató de mi presencia y rápidamente adoptó una postura de ataque: Las seis alas se abrieron al unísono y comenzaron a agitarse a ritmos distintos cada par, produciendo un sonido escalofriante, las patas inferiores se desplegaron lentamente y la criatura se apoyó sobre las cuatro como un centauro, las pinzas abriendo y cerrando amenazantes apuntaron hacia mí.
Cuando era pequeño, mi madre solía decir para tranquilizarme que las cucarachas se asustaban conmigo más de lo que yo me asustaba con ellas. Sigue sin ser cierto.
Después de unos momentos, se acerca saltando rápida y violentamente sobre la alfombra, las paredes y los muebles, dejando donde se apoya una quemadura, aleteando todo el tiempo. Ciño el bat con el alma y espero el momento preciso para liberar toda la rabia que han producido la desesperación y el miedo. El flagelo hace contacto contra las patas y continúa avanzando hasta impactarse sólidamente contra el vientre del insecto, rompiéndolo en una hermosa lluvia de cristales que me golpea inmisericorde. Observo atónito mi ensangrentado y funesto rostro dirigiéndome una fría mirada desde cada fragmento del monstruo, mi mano derecha deja caer el arma para posarse sobre una de las esquirlas que se incrustaron en mi cuerpo al momento de la explosión. Me alejo dando tumbos en busca de ayuda, sin parpadear y sin mirar, pero es inútil. La oscuridad se apodera lentamente de la habitación.
Ya vienen...
Deseo despertar de esta pesadilla antes de que consuma la poca voluntad que aún poseo, apenas la suficiente para desear despertar.

2 comments:

Anonymous said...

¿Cómo de cuál fumas?

Soy un amor, lo sé!

Anonymous said...

fuma de la que esta bieeen bueeenaaa