Tragedia.

Hay promesas que no necesitan palabras para hacerse valer. Una mirada a los ojos del otro con la Luna como testigo puede ser suficiente para que dos almas se entrelacen con más fuerza que la de mundanas leyes. El futuro, el pasado, los otros, lo demás. Nada de eso importa; sólo el aquí, el hoy y el nosotros.
Colegas de día, cómplices de noche y amantes a toda hora. Sonriendo a los ojos de los demás, inhalando sueños y exhalando sus miedos bajo el susurro de las estrellas, comiéndose el uno al otro en cuerpo y alma; el bien y el mal, lo correcto e incorrecto no son relevantes. Es la magia que los envuelve al estar juntos, el sentimiento que los conecta cuando están lejos lo que importa, nada más.
El tiempo pasa, las circunstancias cambian, pero las almas son las mismas. O no? Ella entregada de lleno a su profesión, a sus crías y a su hombre. Él atorado sin salida en su limbo particular, aferrado con los dientes a una juventud que se esfuma día con día, cabello a cabello queda atrás el reino del placer sin fronteras, para todos menos para él. El sentimiento es el mismo desde el primer beso, pero la manera y la visión difieren. Será que el mundo se opone a tanta felicidad? O es que ellos mismos no pudieron controlar lo que los hacía sentir tan vivos? Las debilidades de uno se compensaban con las fuerzas del otro, fundiendo sus almas con comprensión y amor; ahora los motivos propios tuercen y fracturan ese vínculo que los había mantenido de pie, vínculo que ahora les roba la vida y la cordura. Fácil de solucionar, difícil de aceptar. Amor o costumbre? Es lo de menos, pero una separación no es siquiera algo que ella o él se atrevan a pensar.
Para ella es sencillo: Hacerle ver que su familia lo ama, que es importante para ellos y también para él lo son sus hijos y su mujer, hacerle ver que sus pasiones lo corroen, lo degradan, lo matan y lo adentran cada vez más en una cueva sin retorno. No deja de sonreir, ni siquiera cuando lo recibe en la madrugada intoxicado y confundido, a veces lastimado pero siempre eufórico. No deja de sonreir, ni siquiera mientras las lágrimas le recorren el rostro y el corazón se le cae a pedazos por que, mientras siga regresando a ella al salir del pantano, la llama seguirá encendida. Ella lo ama, siempre lo ha hecho.
Para él es sencillo: Hacerle ver que la vida no es para tomarse en serio, sino para escupirle en el rostro y burlarse de ella, que son jóvenes y no ancianos. Trabajar para vivir y no al revés. Por qué? Si antes podían disfrutar de unas largas vacaciones de algunas horas antes de mezclarse entre la asquerosa sociedad. Por qué? Si antes buscaban con emoción sensaciones nuevas cada noche. Por qué? Si la afición a lo prohibido los hacía sentir vivos y unidos en cada aullido. Por qué tuvo qué cambiar eso? Mocosos, sólo traen problemas. Maldita mujer que ha encallado y quiere que se pudra con ella en su barco decadente! A veces siente deseos de empacar y volar, seguir como lobo solitario en el bosque de la noche sin fin, no necesita nada ni a nadie más. Sería lo mejor para él, verdad? No! No es así. La ama! Los ama. Pero no lo comprenden, ni siquiera lo intentan. Sólo juzgan y lo hacen sentir un monstruo. Tal vez no es tan sencillo, pero trata de no pensar en ello. Los jóvenes no piensan, los jóvenes viven. Los jóvenes se rigen por sus sentimientos, y él siente que la ama. Siempre lo ha hecho.
Las discusiones son comunes y hasta cierto punto sanas para una pareja. Pero cuando la sangre fluye en el rostro del otro se siente como si una parte de ambos hubiera muerto. Incluso a gotas se puede llenar un lago, incluso ladrillo por ladrillo puede erigirse un muro que oculte montañas. El problema es cuando ese lago se desborda, cuando el muro se derrumba; no hay a donde correr y las alas se muestran como realmente eran desde el inicio: Sucias, tullidas y marchitas. El problema es que a veces uno no conoce el límite hasta que lo ha cruzado, hasta que la puerta de la habitación anterior se ha cerrado. Parecía un martes normal. Parecía que de nuevo mamá tendría listo el desayuno para todos y partiría a trabajar con las ganas que lo hacen los nuevos empleados sin vicios ni apatía; llegaría pasado el medio día para cocinar algo diferente y siempre riquísimo, inspirada tal vez por las melodías de antaño que inevitablemente le hacen menear las caderas. Ayudaría a los pequeños con la tarea y al ocultarse el Sol los llevaría a la cama, para después esperar intranquila pero paciente a su amado vampiro, leyendo alguna novela de suspenso para escapar de su pena al disfrutar de la de otros. Parecía que de nuevo papá saldría al trabajo de prisa por que se le hizo tarde, llegaría a comer sin decir mucho, besaría a mamá y se iría a dormir toda la tarde pues en la noche lo esperaban sus amigos y amigas de siempre y de nunca para transformar la ciudad en un manicomio de excesos, sin reglas ni remordimientos. Lo que durante la noche ocurre, al amanecer muere, aunque la sensación persista. Volvería a casa sin preocuparse por su estado o por la hora, no hacía daño a nadie. Llegaría de una u otra forma y se arrojaría a la cama para quedar dormido mientras su amada trataba de decir algo.
Aún si sabemos que al soltar una piedra siempre terminará en el piso, el día menos pensado lo haces y cae hacia las nubes. Esta vez la piedra no cayó a las nubes ni voló hacia el piso, esta vez la piedra quedó inmóvil, arrojando todo a su al rededor directo al fondo del mar. Los gritos iracundos de él y los llantos desesperados de ella despertaron pronto a los más pequeños de la casa, que observaban desde las escaleras abrazados en silencio, con asombro y terror en sus rostros. Y apenas comenzaba la función. Confundido y muy seguro de su borrosa percepción vio al fin la luz, lo que tenía que hacer le era susurrado por algunos cientos de voces que por tanto tiempo habían sido compañeras en los días nublados de invierno. Se sintió liberado, se sintió en paz consigo mismo. El asqueroso sonido de las guitarras eléctricas amenizaban los coros de su mujer quien lo seguía como una orquesta de una sola persona, dirigida por la batuta delgada y afilada en sus manos. La alfombra beige tomaba color, variando en tonalidades desde un pálido rosa hasta un rojo oscuro más parecido al negro. Se dio cuenta que aquel concierto épico y delirante se tocaba sólo para él cuando lanzó el último zarpazo, que aterrizó en la mejilla de su hija mayor mientras trataba de sacarlo de aquel barbárico frenesí; dejó de reir para observar a la joven que yacía a sus pies con la mano en el rostro lleno de sangre y lágrimas de impotencia mientras un chiquillo se aferraba sollozante e inconsolable al cuerpo inerte de su madre.
Nunca se había sentido tan miserable, tan infeliz ni tan podrido. La habitación era una tormenta de lágrimas, sangre, dolor, vergüenza, frustración, recuerdos y culpas; la escena era tan irreal que tenía que creerlo. No tuvo valor para acercarse a quien en vida lo amó como a nadie más, no tuvo valor para hablarle a sus hijos, que lo veían incrédulos mientras se alejaba boquiabierto y con los ojos rojos y abiertos como las puertas del infierno en el que se había enterrado.
Condujo sin rumbo ni precaución por una media hora, dejando atrás rápidamente los efusivos reclamos de conductores con los que por poco se impacta. No dejó de llorar ni maldecirse un segundo. Recorrió toda su vida en la mente, los momentos tristes, los momentos gratos... Los momentos con ella. Ella... Siempre fue ella quien le hacía despertar por las mañanas, ella fue siempre la razón para volver a esa casa cada noche, aún si el Sol indicaba que era ya hora de trabajar. El por qué, el cómo, el cuándo y el dónde siempre fue ella. Casi lo había olvidado.
Hay promesas que no necesitan palabras para hacerse valer. Hay promesas que no pueden ser comprendidas, ni siquiera entendidas; promesas que simplemente se sienten. Y sobre todo se respetan y cumplen.
Aceleró más y más, emocionado y feliz. Aún estaba a tiempo de rescatar lo que creía perdido, a tiempo de cumplir la promesa que lo había marcado hacía tantas noches. Al fin vio a lo lejos el resplandor de la Luna llena sobre el agua, como testigo eterno de que su pacto espiritual se habría de cumplir. En el instante antes del impacto soltó el volante y pisó hasta el fondo el acelerador; mientras descendía irremediable y trágicamente dijo al cielo estás palabras:
Pronto estaremos juntos, amor... Para siempre.

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